Puente de Córdoba. Arreglos realizados por: Helena Bentué
El tiempo arreciaba mientras cruzaba el puente de adoquines grises contra los que los tacones de los zapatos repiqueteaban creando una música siniestra en medio de esa soledad.
La niebla era espesa, dificultando toda visibilidad más allá de un metro, hecho que producía cierto temor y dificultad en la respiración, que cada vez se hacía más pesada y sonora, a medida que los pasos se hacían más ligeros para abandonar esa esponja de humedad sombría que yacía a merced de la noche y donde la luz de la luna llena rebotaba sin cesar.
Se oyen unos pasos, y para en seco apoyando su tensa mano en una farola antigua, gris, con su tenue luz que no logra traspasar esa niebla húmeda. Agudiza el oído, pero puede ser que sean imaginaciones, o quien la sigue ha dejado de andar.
NO sabe si seguir el camino, o quedarse bajo esa farola, cuando de pronto una voz irrumpe: -¿A qué temes? No es bueno el temor cuando se trata de avanzar.
Agudiza todos sus sentidos, el pelo de la nuca se eriza bajo la tenue luz que le da apoyo. Gira buscando en todas direcciones sin apartar su mano de esa farola que por lo menos, le concede una mínima luz. Entre la observación y búsqueda en todo lo que le rodea un pensamiento cruza su cabeza, esa maldita luz la está poniendo al descubierto, la deja indefensa ante el intruso que la sigue.
Separa su mano del metal al que se había asido con fuerza, dejando en su femenina mano las marcas de los bordes de los surcos que ascendían perdiéndose en esa débil luz, y corre, corre de nuevo a infiltrarse entre la niebla para permanecer oculta en ella sin que nadie la pueda percibir, sin que nadie la descubra o vea.
Su respiración sigue entre cortada, su pálpito ha ascendido, su paso se ha aligerado, causando más estruendo hasta que debe parar para tomar aire, y de nuevo lo hace bajo otra farola, alrededor de la cual, la niebla parece menos espesa y cortante que la anterior, permitiéndole ver esta vez, la fría estatua blanca de gesto amenazador que la obliga a dar un brinco y ahogar un grito en su garganta.
-¿De qué huyes?. Escucha de nuevo, mientras gira en redondo buscando, esperando el ataque de aquel ser que la persigue en un desierto duro y gris.
No ve nada, y sigue avanzando ocultándose de nuevo entre la niebla que se le antoja cada vez menos protectora y más fría.
Sigue corriendo pensando que ese puente no se acaba nunca, a pesar que no lo recuerda tan largo, y sus pasos ya se arrastran cansados, su cuerpo, a pesar de la humedad filtrada en los huesos entumecidos, siente calor.
Otra farola se cruza en su camino, y se vuelve a apoyar en ella, esta vez con la cabeza gacha mirando hacia los adoquines, y haciendo verdaderos esfuerzos para seguir respirando mientras un vaho se escapa de su boca de un blanco mortecino. De nuevo la voz irrumpe paralizando todo su ser a excepción del oído y la vista que pugnan en compañerismo agudo por descubrir quien es el que habla. –“¿Por qué no te muestras?” Dice la voz. –“¿Por qué te ocultas?”
Ella voltea toda la farola buscando el origen de esa voz. Su cara se ha vuelto más pálida si cabe. No ve nada, no sabe de dónde viene la voz ni cuanto tardará en asaltarla en esa persecución de zorros, donde pocas posibilidades tiene de sobrevivir.
Sus ojos desorbitados en esa búsqueda que la deja sin respiración buscan un lugar más seguro, y de nuevo se adentra en esa oscuridad corriendo, sin mirar atrás, solo mirando hacia delante, hacia un lugar que no distingue mientras busca desesperada el final del puente, mientras busca la forma de llegar, la forma de dejar atrás esos adoquines espías que con el ruido de sus zapatos la delatan a su paso. Piensa: “Cuando llegué al final de este puente, estaré a salvo” “Si consigo que mi cuerpo aguante en cuanto llegue todo será mejor” “Solo tengo que avanzar sin mirar atrás, como he hecho todo este tiempo, y sin detenerme”.
Fija en sus pensamientos su pie flexible tropieza con el borde de un adoquín sobresaliente, cayendo de bruces al suelo húmedo y sucio que al amparo de una nueva farola, parece burlarse del terrible fallo. Queda en el suelo a cuatro patas, habiéndose lastimado manos y rodillas, pero sobre todo, habiendo lastimado su orgullo por haber caído. El dolor es insoportable, y a éste, tras varios segundos, parece que se le une un dolor palpitante en el dedo gordo del pie, que cree le impedirá volverse a levantar y seguir avanzando.-“¿Por qué no te paras o caminas disfrutando del camino?”
Se sobresalta y da media vuelta, quedando sentada en el suelo, mirando de nuevo hacia atrás. El temor de lo que se esconde en el camino que ha dejado atrás, la impide mirar en otra dirección, solo espera que en esa oscuridad espesa la atrape ese ser que se esconde y por el cual, no solo ha caído, sino que se ha lastimado impidiéndola avanzar.
-“¿Por qué miras el camino recorrido? Ya está recorrido”
Esa voz esa vez se le ocurre que es más femenina, y que viene de su espalda. Da un último vistazo al camino empedrado que tiene ante su faz, y se gira en dirección a la voz, como si ese ángel que ha aparecido lo fuera a salvar de la anterior voz.
-“¿Me puedes ayudar?. Me persiguen”
-¿Quién te persigue? Susurra la voz como para no ser oída por el acechante de la oscuridad.
-No lo sé. Pero caí y me hice daño, y no puedo seguir caminando para escapar.
-Debes levantarte, yo no puedo con tu peso. Debes emprender tu propio camino, y caminar por ti misma, aunque puedo acompañarte en tus pasos si me lo permites.
-“Oh si, por favor, hazlo”- Replica regocijándose en ese ser que le da calor al cuerpo que permanece sentado, dolorido y entumecido en el suelo, bajo la nueva farola que le aporta algo de luz y calor.
Intenta levantarse, y cuando lo consigue se vuelve adentrar en la oscuridad, cojeando, ranqueando su paso, sin descubrir a la voz femenina, sin más allá de un metro del horizonte, pero sintiendo que lo que hay en él será mejor.
Ya no piensa en lo que pueda haber detrás, pero busca sin cesar esa voz que la empuja a caminar. Mira hacia el final de ese puente, que parece no llegar nunca, que parece perderse y la voz la ha vuelto a dejar sola.
Una nueva farola aparece en su camino. Se para, y observa sus heridas que se le deslumbran menos graves que hace un rato, aunque las tiene grabadas con sangre seca en su piel, y cree que le dejarán feas cicatrices en su piel delicada.
De nuevo una voz extraña irrumpe en sus pensamientos. Esta vez parece mezcla de femenino y masculino, como si al unísono hablaran el perseguidor y el salvador:
-“Las cicatrices nadie las verá, solo tú sabrás que un día ahí ha habido heridas que tuviste que sanar”- Mientras escucha abre la boca y los ojos lo máximo que puede, como si estuviera anonadada, y mientras siguen hablándole sin cesar: -“¿Por qué no dejas de girar la vista hacia atrás? El camino ya lo recorriste. ¿Por qué no dejas de suponer lo que hay en el horizonte? Ya llegarás a él cuando sigas avanzando y descubrirás como es. ¿Por qué no disfrutas del camino sin más?
Ella da dos vueltas sobre si, con la boca abierta aún, buscando y buscando esas voces. Qué es lo que quieren de ella.
-“El cuerpo con cicatrices es bello porque eso significa que te atreviste a dar, que te atreviste a vivir, que te atreviste a amar. No lo desprecies, pues no hay cuerpo más digno que aquel que está cargado de señales”. Cada vez más perpleja gira y gira buscando, mientras ellos continúan hablando: -“No te escondas en la niebla, en la oscuridad, porque tú luz igual se va a descubrir y es una pena que no se pueda disfrutar de ella. Anda pero construyendo el camino porque cada adoquín que pongas en él será una enseñanza que podrás llevar hacia ese horizonte, será un nuevo retazo de camino que construirás para seguir avanzando, para seguir caminando, para no detener tu paso, pero ves mirando el suelo que pisas, el suelo que construyes, porque sino pasarás de largo su belleza y solo llevarás contigo los callos que te hicieron en tu piel sin descubrir como tu espíritu fue creciendo en cada esfuerzo. Pierde tu horizonte, porque el camino ya te llevará a éste, pero si solo miras hacia adelante perderás ese camino. Llévanos siempre contigo pues nosotros-yo te daremos aliento.”
Ella aturdida mira esta vez hacia arriba, hacia la luz que aún es tenue. ¡Es la luz quien le habla!.
En su cara se empieza a dibujar una sonrisa que en principio asoma asustadiza e indecisa, que se va transformando en más abierta y segura, para convertirse en flor plenamente abierta.
Baja de nuevo la cabeza mirando al camino que ha dejado atrás. Le sonríe también y levanta su mano herida para saludar ese camino que tanto la ha asustado y herido y piensa: “me diste dolor pero me hiciste más fuerte y sabia”. Gira sobre sus pies, para mirar hacia delante y en su pensamiento susurra “voy camino hacia ti” pero poco a poco deja de mirar a un horizonte muy lejano y fija la mirada en ese puente que se le antojaba feo gris, y ahora descubre la mezcla de colores. Del amarillo de las luces de las farolas, del verde de las hierbecitas que se pelean con el adoquín para crecer entre sus bordes, del blanco, humeado por los coches, de las vallas, estatuas y gárgolas del puente romano creado hace siglos en su ciudad, del blanco de la niebla que juega y humedece su cuerpo y cabello, del color de su ropa y piel que parecen haber tomado brío. Hasta su sangre seca bajo las medias rotas parece tener un rojo más intenso.
Levanta de nuevo la cabeza hacia la luz y dice: -“Sí, acompáñame”