Antonio Felipe Bentué Dueso
23-08-1932 al 7-01-1996
No sé qué es lo que hace que tu ausencia sea cada día más grande, ni qué es lo que causa que la pérdida con el tiempo sea más dolorosa aunque hayas aprendido a vivir con ella y la hayas superado. NO sé que es lo que hace que sea así, pero aquí estoy de nuevo rememorando tu presencia.
En estos días felices, donde el vaho empaña los cristales, los niños nerviosos esperan acontecimientos mágicos, y unas cuantas personas, que entienden bien estas fechas, intentan reflejar su amor en unos regalos, mientras otros, que no entienden para nada lo que significa ni lo que se celebra en Navidad, hacen regalos por compromiso andando por las calles enfurruñados por tener que prestarse a este juego de hipócritas, yo me debato entre la tristeza y la alegría, la nostalgia y la emoción, el recuerdo y el presente, la añoranza y las nuevas ilusiones.
Esta Navidad una vez más, me falta tu voz, tus enfados, tus bromas, tu presencia.
Una vez más recordé ese traumático 22 de diciembre de hace tantos años ya, esa Navidad en el hospital, la ilusión cuando te tocó la cesta que se rifaba entre pacientes y trabajadores, tu último sueño que nos contaste el día antes de caer en coma y el desenlace el día 7. Pero también recordé mis años de infancia cogida de tu mano, los Reyes que vivimos juntos, el entendimiento que había entre nosotros, también, porque no, las broncas cuando creías que algo hacía mal, tus silencios tan llenos de cosas, y tus miradas de alegría, de tristeza, de reprobación o aceptación. Tu mirada ¡cómo olvidarla cuando era tan profunda y especial, tan enigmática!
Recordé nuestros juegos, tu apoyo, la ilusión que te hacía al desempaquetar un regalo, recordé que tus últimos reyes no estabas consciente pero nos diste tu último regalo que fue estar ese día aún con nosotros aunque solo fuera en cuerpo. Recordé tus manos, que desde bien niño tuvieron que trabajar porque también perdiste a un padre. ¡Cómo olvidar tus manos que no soltaba hasta que fui adolescente!
Recordé las siestas a tu lado, en las cuales no te dejaba dormir, pues siempre parloteaba sobre cualquier cosa hasta que por fin caía rendida pero ya era tarde para que tú durmieras. Recordé como la comida de tu plato y el agua de tu vaso me parecían de mejor sabor.
Recordé como mientras te afeitabas te miraba con la boca abierta cada gesto que hacías, y como a veces jugando me ponías la maquinilla para afeitarme a mí. ¡Cómo olvidar esas bromas que me gastabas!.
Recordé los celos ante el primer chico, la preocupación, la sobreprotección.
Recordé que eras hombre de pocas palabras y mirada profunda y pensativa, de pocos detalles materiales pero grandes detalles de otra índole. Un hombre fiel, leal a su familia.
Recordé que cuando no te gustaba la comida, jamás hubo una protesta, una discusión por ello, o un mal gesto, recordé la confianza en lo que hacía mi madre.
Recordé cuando unos reyes me regalaron un muñeco que no quería pues esperaba un coche, y me decías que los Reyes lo habían metido por la rendija de debajo de la puerta, y yo con el muñeco intentaba volverlo a meter por esa obertura, preguntándome cómo lo habrían hecho, y seguía empujando intentando lo imposible para que se lo llevaran de vuelta mientras te reías de mi inocencia.
Recuerdo cuando mamá te reñía porque me dabas cucharillas de tu café, y siempre me las dabas a escondidas, o cuando te esperaba sin permitir que me llevaran a la cama hasta que regresabas del trabajo. Como saltaba cuando oía tus pisadas por la escalera. Recordé como me enseñaste a andar en bicicleta, las excursiones por la montaña, los días de playa, cuando íbamos a recoger olivas en Navidad, cuando en verano íbamos a ver como estaban los olivos y cogíamos almendras de los árboles para comérnosla allí mismo para que mami no nos riñera.
Recuerdo como se te encendían los ojos cuando hablabas de tu pueblo y de las travesuras que hacías. De los viajes a donde naciste. Como disfrutábamos juntos del baloncesto y sobre todo del fútbol haciéndome rabiar pues siempre ibas a favor de quien jugaba con mi equipo, yo sabía que lo hacías para chincharme pero a mí también me gustaba entrar en ese juego.
Recuerdo los fines de semana cuando por la mañana me iba a vuestra cama y me metía entre los dos para que me mimarais y para jugar, o contar cuentos o historias.
Son tantos recuerdos, buenos y malos, tanto amor, acuerdos y desacuerdos, a fin de cuentas tantas vivencias y tan buen ejemplo que siempre por tiempo que pase, tus ojos y tus manos, enseñanzas, me acompañarán porque has sido lo mejor de mi vida, porque si yo hago algo bien fue por lo que mami y tú me enseñasteis, porque mientras nosotras tres vivamos tú no habrás muerto, porque cada día de nuestra vida, vas a residir en nosotras y, en particular, vas a seguir siendo mi luz como lo fuiste mientras estabas presente.
No sé qué es lo que hace que tu ausencia sea cada día más grande, ni qué es lo que causa que la pérdida con el tiempo sea más dolorosa aunque hayas aprendido a vivir con ella y la hayas superado. NO sé que es lo que hace que sea así, pero aquí estoy de nuevo rememorando tu presencia.
Hoy sigues estando aquí.
Te quiere, tu hija.
Otro escrito que en su día te dediqué
Tus manos, tus ojos