Cerrando los ojos

 

 

 

 

amor 3

 

 

 

 

Algunas veces la gente afirma categóricamente que ha amado, o que los han amado totalmente seguros de lo que dicen.

Amar, todos creen haber conjugado el verbo, pero la verdad es que la mayoría están en una gran confusión.

Yo soy una de esas personas que he creído amar, sólo porque en mis relaciones lo dí todo. Puse toda la pasión, me centré en el otro, apoyé, intenté que mejoraran. Cada uno de ellos creí amarlos y desde el primer momento creí que serían el amor definitivo, el de verdad.

Cuando pasó el tiempo me di cuenta que realmente nunca amé, creí hacerlo, pero no lo hice. Nunca hubo esa persona que al besarme hiciera desaparecer el mundo, siempre había detrás unos padres, una economía, una religión, unas obligaciones, unas amistades o unas ex, unas metas inamovibles, un trabajo,  unos deseos, unos sueños que cumplir. Nunca hubo ese alguien que me hiciera perder la cabeza, o plantearme mis objetivos para cambiarlos por algunos comunes. La verdad ellos no daban nada, y esperaban que yo cambiara mi vida por ellos, y de hecho alguna vez me planteé hacerlo, pero movida por el “es lo único que puedo hacer si quiero que esto funcione, la única solución” más que por el hecho de decir “no me importa lo que pase, no me importa lo que sea, sólo sé que esa persona existe y que yo quiero existir junto a él sea como sea, y pase lo pase”

Eran esos “amores” egoístas a los que piden que modifiques toda tu vida, a veces de forma directa, a veces de forma indirecta, y que cuando no lo hacías porque intuías que las cosas no eran equitativas, encontraban la forma de culparte de todo. Y yo era esa persona, que lo daba todo porque me hacía feliz verlos felices, hasta que me daba cuenta que también quería ser feliz, y también quería ser tomada en cuenta, y que también quería ser parte de la pareja, no para ser moldeada al gusto de ellos, sino para plantear juntos nuevos objetivos, nueva manera de vivir, nuevas maneras de hacer que incluyan a dos, no a uno sólo. Y por supuesto, cuando llegaba a este punto de no sentirme parte de una pareja, abandonaba las relaciones.

Sí soy de esas mujeres que algún libro titula “las mujeres que aman demasiado” pero yo no lo considero amar demasiado, ni falta de autoestima, pues quien me conoce bien sabe que soy una persona segura de mi misma, aunque con inseguridades, porque estar segura de ti misma no significa que no existan inseguridades, igual que el ser valiente no significa no tener miedo, sino que estar segura de ti misma es saber dónde están tus inseguridades, aprender a convivir con ellas, aprender a que nadie te haga daño con ellas, y a no dejar que estas inseguridades te impidan ser feliz. Aprender que una inseguridad te pone un límite pero saber que ese límite puede que no sea eterno si te fijas en tus características fuertes.

La cuestión es que nunca cerré los ojos y me olvide del mundo, y no creo que ninguno haya cerrado los suyos y se haya olvidado de su mundo. Nunca cree un mundo alrededor de un nosotros, ni sentí que ellos lo hicieran. Nunca sentí un nosotros, compuesto por un tú y un yo, sino que siempre había un nosotros con más personas dentro, más tendencias, ideas, ideologías que no solo las nuestras. Siempre sentí que era la tonta que daba demasiado sin recibir nada o poco a cambio, y que no había nadie al nivel de mi pasión. Siempre sentí que era “segura” y que realmente preferirían estar con alguien diferente a mí.

Aún así fui feliz, porque di todo de mi, lo mejor y lo peor, porque yo me río mucho cuando oigo eso de “yo siempre he dado lo mejor de mi”, bien, entonces no te has dado por entero a nadie, has dejado puertas cerradas, no has permitido que te amen, que entren en todo tu ser. Sin embargo yo en todas y cada una de mis relaciones, abrí todas las puertas, saqué lo mejor y lo peor, jugué todas mis cartas sin importarme perder la apuesta, o sin temer los juicios, peleé todo lo que pude porque las cosas funcionaran, también me humillé y rebajé, y cuando me di cuenta que eso no es lo que quería a pesar del dolor, abandoné.

Y con la lejanía me doy cuenta que nadie estuvo a la altura de mi pasión, que todos se quedaron pequeños, que jamás los amé a ellos, aunque sí amé a lo que creía que eran, que los subí a un pedestal que no les correspondía, que les permití durante un tiempo ser lo más importante de mi vida pero no por ser ellos, no porque ellos fueran realmente importantes, sino que ellos tuvieron la importancia que yo les quise dar.

Cuando las personas me dicen, yo sí he amado y me han amado, pero el amor se acabó, después de contarme ciertas cosas que no son propias del amor, pienso que pena que a cualquier cosa se le llame amor, porque el amor debe ser parecido a eso que cuando alguien te besa y cierras los ojos, desaparece todo, absolutamente todo, y no hay un lugar donde quieras vivir, no hay un problema que quieras que te haga perder el tiempo, no hay otras personas fuera de ese beso, y por tanto, no hay lugar donde ir ni otras bocas que quieras besar, ni otros abrazos donde cobijarte cuando ese beso se acaba. Cuando cierras los ojos debe ser un tú y yo, no sólo un tú o un yo, no sólo lo que tú esperas de la vida, ni el lugar donde hasta ese momento querías vivir, no es adaptarte al otro, ni que el otro se adapte a ti, sino crear juntos ese lugar, ese lugar donde seáis dos y los dos os sintáis bien. Algo así debe ser el amor.

Una respuesta to “Cerrando los ojos”

  1. Intentaré traducirla en breve al italiano, pero no prometo nada.

Deja un comentario